Monday, November 20, 2006

Un día en Jerusalén

Tuve la suerte que una noche de octubre fuéramos trabajando hasta Tel Aviv y coincidiera con una animosa tripulación que al amanecer quiso ir de excursión a Jerusalén. Contratamos un microbús entre cinco con un guía oriundo del lugar. Hablaba español perfectamente y disfrutaba de dar a conocer su tierra. Nos remontó a la guerra de “liberación” de los judíos con la expulsión de los árabes de la ciudad en el 48, mientras atravesábamos lo que queda del barrio árabe. Por supuesto durante toda la visita su visión no fue imparcial… Hacía un día soleado y tardamos menos de una hora en llegar a la ciudad, todavía se conservan por el camino tanquetas de la guerra y aunque son sencillas, impresionan. El paisaje es mediterráneo, similar al de mi tierra, Mallorca, pero a lo grande. En un cartel ponía “Ramla” y nos explicó que en árabe significa “zona de arena o tierra despejada junto al mar” de ahí dedujimos que provenía la palabra “rambla”.
En primer lugar llegamos a un mirador, que resultó ser en realidad el Monte de los Olivos. Aunque quedasen cuatro olivos al final de un gran aparcamiento no nos causó desilusión, pues teníamos Jerusalén a nuestros pies…
Una muralla de cuatro kilómetros bordea el casco antiguo de la ciudad, donde colindan cuatro barrios independientes, el judío, el armenio, el árabe y el cristiano. Meterse por esos barrios es como retroceder diez siglos en el tiempo, o formar parte de la ambientación de una película de Indiana Jones. Los lugareños parecen acostumbrados a los turistas pseudo-religiosos y actúan como si no estuvieran, los puestos de comida o de souvenirs conviven con el ir y venir de la gente. Recuerdo con emoción el Muro de las Lamentaciones, las chicas nos fuimos a nuestra zona y los chicos a la suya. Al principio, el muro te parecen cuatro piedras cuadriculadas, bastante desgastadas, con yerbajos… hasta que me acerqué a la zona más escondida, donde reinaba un silencio sepulcral. Una señora de religión judía llevaba un libro entre las manos y su hijo de unos cuatro años llevaba otro y rezaban en silencio, el pequeño miraba alrededor agarrado a su falda con los ojos como platos…Esto hizo que se me girara el estómago unido a tanto silencio y concentración, pues estaba rodeada de mujeres rezando agarradas a la piedra, algunas de ellas en pleno llanto… Dejé mi papelito, con un deseo anotado, entre las hierbas de la piedra y me alejé de ahí sin dar la espalda al muro, andando despacio marcha atrás, como hacía todo el mundo…
La verdad es que la emoción me duró un buen rato… Después empezamos el recorrido del Vía Crucis, algunas estaciones están en el barrio árabe en medio de un gran bazar donde regateamos la compra de unos bolsos. Hay que hacer un esfuerzo para pensar que Cristo llevó su cruz subiendo esa cuesta, pues actualmente es una zona muy animada. Las últimas estaciones están en la zona cristiana, la verdad es que salvo los edificios, Constantino y compañía protegieron en su día el Gólgota y el Santo Sepulcro y actualmente carecen de toda naturalidad. Pese a tanta parafernalia y tanto barroquismo, tocar la piedra del Sepulcro tan pulida y tan propia del mediterráneo me gustó, me pareció bonita, además, imaginar que en su día, dentro estuvo Cristo, era emocionante. Se supone que en el sepulcro no hay nadie, pues Cristo resucitó...
En el bar del amigo del guía comimos falafel y otros atrevimientos típicos del lugar, aunque la verdad es que estaban buenos… Y entonces cayó la tarde. Toda la ciudad está construida en piedra caliza, porque en su momento quisieron evitar la especulación económica, por eso los atardeceres son especiales, la atmósfera se contagia del color dorado que el reflejo del sol rojizo deja en la piedra…
Tras visitar la tumba del Rey David – donde los judíos ruegan que regrese, para unificar Israel en una sola religión como hizo en su día al reconciliar las doce tribus-nos dirigimos a la habitación de la Última Cena, un sitio sencillo, también de piedra blanca, con columnas, medio derruido como toda la ciudad y habitado por gatos… Por último observamos que algunos templos llevaban marcas de balas en la fachada…
En fin, se trata de una ciudad en continua destrucción y reconstrucción que refleja la naturaleza del ser humano, totalmente convulsa, que se cree conocedor de la verdad mientras la busca y necesita esforzarse diariamente por convivir en paz.