Monday, November 27, 2006

En la era patatil

Estuve trabajando unos años en el fascinante mundo de la edición, mi trabajo como redactora me dio la oportunidad de conocer cómo funcionan los periodistas, los fotógrafos de prensa, la maquetación de las revistas, etc, etc… Tras publicar varios números de edición periódica, cuyo proceso es bastante penoso, por lo difícil que es coordinar a todo el mundo, decidimos invertir bastante dinero en un sistema que iba a revolucionar el mundo de la hemerología…
Dedicamos más de medio año a configurar un gestor de contenidos asistido por un servidor, que permitiría ir confeccionando la revista en tiempo real. Cada usuario accedería con una clave y colgaría su trabajo, de modo que todo se fuera gestando rápidamente y con la máxima comodidad. Contratamos los servicios de un ingeniero y de varios maquetadores. Después de mucho esfuerzo por dirimir cómo se podía plasmar en un programa todo aquello, conseguimos tenerlo a punto. Sólo necesitábamos otra publicación más para acabar de testarlo…
Fue providencial que nos llamaran, por contactos insulares, de una de las empresas más importantes e innovadoras, con el fin de contratar nuestros servicios para realizar una publicación nueva. Nos dirigimos a un gran edificio, en mitad de un polígono, que por su estructura difería mucho de los demás. Aparentemente era un gran bloque hermético sin ventanas, recubierto de marés blanco, que resplandecía con fulgor en medio de un día especialmente soleado. Accedimos por unas rampas eléctricas a su interior… Lo sorprendente fue que por dentro era un gran patio diáfano, con pequeños árboles, simétricamente colocados en un pavimento también de piedra blanca. El patio estaba rodeado de despachos totalmente acristalados que permitían ver a los empleados en pleno ejercicio de sus gestiones. El edificio, por su diseño, no permitía que entrasen ruidos del exterior, por lo que parecía un oasis arquitectónico de luz, paz y bienestar…
Nos recibió la jefa de prensa en su despacho tras una larga espera. Entramos muy emocionados con nuestro Macintosh de gama alta y nuestras agendas. Tras saludarnos afectuosamente, nos dispusimos entusiasmados a hacer nuestra presentación en Power Point. La señora nos escuchó detenidamente y nos explicó en qué consistía la publicación… Entonces concretamos cuántos números anuales haríamos, la periodicidad, el contenido y el formato… Hicimos un presupuesto aproximado de todo aquello en el momento y ellos concretaron lo que estaban dispuestos a pagar…Sin embargo al concluir la conversación, para nuestro asombro, la señora quiso hacer una aclaración –por cierto, yo todo esto de la tecnología lo llevo muy mal, mejor os mandaré todo por correo postal y de vez en cuando por e-mail y ya está –no, no hay necesidad, contestamos, -nuestro sistema entra dentro del presupuesto y facilitará todo el trabajo. Nos quedamos orgullosos de nuestra rápida reacción, pues nos iban a pagar muy bien cada número. Entonces nos contestó –no, yo mejor os lo envío todo por correo y por e-mail, llevo veinte años en el mundo del periodismo y tengo dos cestas. Nosotros no comprendíamos absolutamente nada. De repente puso encima de la mesa una cesta de mimbre bicolor como la que mi madre tenía cuando yo era pequeña para guardar las patatas –Yo guardo mis recortes periodísticos en esta cesta y cuando ya he hecho la redacción los pongo en aquella otra, dijo señalándonos otra cesta inmensa bicolor al fondo de la oficina, llena de papeles. Entonces noté que empezábamos a sudar…-Pero si sólo necesita una sencilla clave de acceso y nosotros haremos el resto…-no, no y no, yo os lo mandaré todo por correo y por e-mail. Derrotados, depusimos nuestra tecnológica postura –bueno, bueno, no se preocupe lo haremos como usted quiera, muchas gracias por todo. Salimos mudos de ahí, sudando, cargados con nuestros ordenadores y agendas. Tras diez minutos de carretera, empezamos a reir compulsivamente…